8.02.2010

"El que no arriesga...

no gana".


Así reza el dicho popular y, aunque sea catalogado como tal porque nace de la sabiduría de los pueblos, muchas veces me he preguntado si esta sigue vigente en nuestros dorados tiempos.

Vivimos en una sociedad en la que el más vivo es el que siempre sale ganando y no necesariamente porque es el que se las juega sin importar que las consecuencias sean buenas o malas; sino porque supo aprovechar las desventajas del que, por estar planificando su estrategia, las dejó de lado.

Ahora bien, ¿de qué sirve arriesgarse, si con esta acción puede ser más la decepción que la satisfacción de obtener lo que se esperaba?

La respuesta obvia es: más vale dejar las cosas claras que pensar en el que hubiera pasado si...; pero ¿y si es mucho lo que se pierde a partir del arranque de coraje?

Fluir con la corriente no implica necesariamente ir sin rumbo definido, así como lanzarse tras la presa no asegura una cacería satisfactoria.

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