2.28.2013

Decir adiós...

Ha pasado una semana desde la tragedia que silenció los dulces ronroneos de quien en los últimos seis meses nos mantuvo en un estado de encantamiento con la gracia de su apariencia y su constante necesidad de recibir y entregar cariñitos.

La forma inesperada en la que se unieron nuestros caminos nos empujó de golpe a empezar a modificar hábitos. Para ser honesta, la noche en que la conocí, ni siquiera me agradaba el hecho de tener que recibirla como una más en la casa. Estaba nerviosa, no tenía idea de qué hacer con sus maullidos incesantes y miedosos porque la habían alejado de sus hermanitos. Nunca en 23 años habíamos tenido una mascotita, las condiciones no eran favorables ni para ella ni para nosotros. La dejamos sola en un cuarto para que se familiarizara con el espacio. Al siguiente día, sus mimos y ansias por recibirlos arrebataron cualquier duda de si pertenecía o no en este lugar.

En términos sencillos, como familia somos algo más que disfuncional. Pero de algún modo logró sacar lo mejor de todos y su ternura nos puso a su servicio y disposición. El anhelo de llegar a casa era recompensarla por las horas que nos habíamos privado de su presencia.En lo personal, ella me enseñó toda la paciencia que nunca en mi vida cultivé, me hizo normalizar la prisa por la que iba por la vida para detenerme a observar su ingenua y curiosa forma de ir descubriendo cosas nuevas.



De pronto la casa fue insuficiente para ella y empezó a explorar otros territorios. Los jardines tenían una extraña forma de volverla loquita y calmarla al mismo tiempo. Sabía que no era ninguna gracia para los vecinos, en particular el de al lado, pero entre las limitaciones lo único que quería era satisfacer su instinto de libertad. En un principio creímos que una vez se familiarizara con la calle no volveríamos a verla, pero siempre volvía y, aunque su apetito voraz tenía mucho que ver, sus almohadas favoritas siempre fueron nuestros regazos.

La naturaleza de los últimos acontecimientos me ha convertido en una persona gris y pesimista. Siempre que algo va bien estoy preparándome para un nuevo golpe. De todas las ideas recurrentes, que la mataran fue lo único que nunca se cruzó por mi cabeza. Y entonces, lo inevitable se juntó con lo inimaginable.

Seis meses se leen y se dicen como una nada, pero lo que significaba su presencia va más allá de los días que compartimos junto a ella. Ese día en el que nos supimos propiedad la una de la otra, mientras trataba de interpretar qué me estaba reclamando con cada maullido, entre bromas le dije: "perdonanos por traerte a este lugar tan hostil", sin imaginar que la estaba condenando a su trágico fin.

No sé cómo se lleva este duelo. Nunca tuve una mascotita y su vida es la pérdida más cercana que he tenido. Ya no hay lágrimas, pero tampoco fuerzas para decir adiós.

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