6.07.2011

Estira y encoge emocional

Hay momentos en los que poco a poco a uno se le va haciendo chiquito el corazón. Cada uno tendrá su lista. Pero en mi caso, el que me borró la sonrisa de septiembre a diciembre del 2008 y me pone mal al momento de ver fotos familiares, es la salida de mi papá de la casa.


La única que lo vio irse fui yo. Allá por las 9 a.m. desperté y observé cómo con la ayuda de la empleada metía sus cosas al carro. Lo vi venir, la situación de ellos no era saludable para nadie, y ya nos había consultado a uno de mis hermanos y a mí.

Estuve melancólica todo el día, taciturna en mis clases y de regreso a casa, cuando él pasó por mí a la universidad, una mezcla de negación se apoderaba de mí. Me dejó a la entrada del pasaje y tendría que enfrentar la situación en casa.

Entré, solo estaban mi hermana (11 años menor) y mi mamá en la sala. Para la chiquita fue extraño verme entrar a mí y no escucharme abrir el portón para que mi papá metiera el carro a la cochera.

—Y mi papi, ¿no venía con vos?
—No, es que...él ya no va a vivir aquí—dije jugando a ser fuerte—.

Seguido de mis palabras ella se arrodilla en el suelo y se pone a llorar.
Se me hace chiquito el corazón. Doy tres pasos y me refugio en el comedor. Sale el mar de lágrimas que desde la mañana estuve reteniendo.

Ahora, a 10 días para el día del padre, ella busca fotos para el regalo que harán en el colegio. Nos encontramos una de él y mi mamá cargándola a ella, como a tres meses de haber nacido. Los dos sonríen. Mientras ella se enternece por lo linda que era de bebé, yo me traje mi dolor para acá.

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