6.24.2011

Déjeme decirle que...

...respeto su derecho de fumar y quererse matar leentaameente a cambio de un poco de paz, calmar la ansiedad, calentarse en momentos de frío e incluso como método para opacar el hambre.


Mientras hay algunos que no fuman y disfrutan el olor del cigarro o simplemente no les molesta, yo no puedo estar por mucho tiempo cerca de un fumador: me agarra tos impulsiva y me empieza a chillar el pecho. Probablemente debería de retirarme y refugiarme en una burbuja, ¿pero le parece justo que mientras usted se divierte y ataca los pulmones de otros junto a los suyos yo me prive de pasar un buen rato con amigos por el simple gusto de mantener su vicio?

Dejemos de lado los escenarios para divertirse. A diario, los pasillos de la universidad se llenan del humo del amigo apestoso de los ansiosos estudiantes, toca rebuscarse por una esquina o quedarse en el salón para mantenerse a salvo; y quizás ni ahí lo esté porque más de algún compañero llegará a sentarse cerca de mí con su hermosa peste en la ropa.

Tengo tan mala suerte que por un año tuve que soportar la peste del cigarro hasta en la oficina, ya que tanto a la ex jefa como a la mayoría del departamento que estaba junto al nuestro les daba pereza bajar al parqueo. En ocasiones me perseguía hasta en la hora de almuerzo y me tocaba salir corriendo a mi cubículo para refugiar mis débiles pulmones. Perdí las esperanzas de que el ex Gerente gral hiciera algo, él hacía lo mismo en su oficina y cuando llegaba a la de ella.

Un poco extremo, yo sé. Pero después de todo es cuestión de ponerse en los pies del otro, ¿no cree?

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