4.30.2011

Del porqué guardar las fiestas*

Cuando nos propusimos reunirnos durante la semana santa todo fue bien inocente y, como siempre, nunca nos decidíamos por el lugar en donde iríamos a dejar la materia verde.

Llegó el jueves y para salir del paso decidimos ir a comer a uno de esos restaurantes con menús promocionales para los fines de semana. Pasaron 2 horas y ya no teníamos nada que estar haciendo ahí. El instinto de vagabundear pudo más y nos retiramos a buscar un lugar más "alegre" para terminar la noche.

Como señal divina - y obvia debido a la fecha - todo estaba cerrado. Sin embargo, logramos encontrar un rincón de esos, que consecuentemente rebalsaba de gente. En efecto, ahí se escondía toda alma parrandera de San Salvador, entre otros especímenes de la fauna salvadoreña.

¿Qué encontramos? La vulgaridad del reggeatón en su máxima potencia y gente que lo bailaba como ritual previo de apareamiento.

Mentalmente me daba latigazos por no hacerle caso a la sentencia de mi madre de "guardar las fiestas" (Ok, no) y moría una y otra vez de la vergüenza ajena al oír cantar al unísono esas canciones que fácilmente me hacen sangrar los oídos con sus letras y estridente punchi punchi.

Yo sé, ¡quién nos manda! De esas experiencias que nadie queda invitado a repetir...


*Esta entrada llega tarde gracias al gentil patrocinio
del cúmulo de trabajo.

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